lunes, septiembre 26, 2016

EL IMITADOR DE VOCES de THOMAS BERNHARD




















EL IMITADOR DE VOCES de THOMAS BERNHARD
Der Stimmenimitator 1978
Ed. Alianza 140 Pág.
Trad. Miguel Sáenz


Me hace sentir joven leer a Bernhard, con su mal humor proverbial -ese que convierte hasta sus libros de humor en ejercicios extra-escolares para demostrar que el mundo se puede desmontar-, con su sincera crueldad para con el cosmos, con esa ganas de destrozar estos ríos y estos valles llenos de infelices. Me hace sentir joven porque me recuerda cuando veías claramente, allá cuando rondábamos la rebelde juventud, los fallos del mundo, los graves errores, las evidentes carencias de este sucio lugar donde vivimos. Y nosotros, durante aquella rebelde juventud, que podíamos vestír arriesgados pantalones, desgarradas camisetas -qué frío-,y, sí, cantábamos y oíamos punk y ska y mirábamos mal a los mercaderes y bandidos con cartera. Se nos pasó, o nos domesticaron con facilidad -éramos carne de cañón para un mundo controlado ya hacía mucho-. Acaso no podíamos estar de ese radiante buen mal humor todo el rato, o no supimos hacerlo de otra manera. Pero me hace sentir joven Bernhard porque él sí supo que hay que ser diferente y contestatario siempre y en todo lugar y tiempo. No domaron a este austríaco que maniataba a los aduladores, perseguía con sus plumas de acero a todos los vampiros con imagen en el espejo que lo acosaban -premiadores, aparcacoches, lastradores del mundo, de Austria-. No consiguieron que escribiera novelas fáciles para el adinerado gran público.

Y la multitud de cuentos -cortitos- que componen este libro, son como un mirada irónica, son certeros como un disparo de película de Hollywood, son sabios como una madre múltiple; y nos muestran la vida que pasea por la alfombra roja, bajo aquellos focos, que probablemente caerán y matarán a algún protagonista; porque ,eso sí, Bernhard, en este librito, mata y mata y mata  y mata como si de verdad hubiera un mañana, ¿Merecidamente? Pues a veces lo son por descuido, otras por la imbecilidad del universo, otras por la crueldad inútil del asesino, otros por razones evidentes, otras porque son víctimas de esa cruel lógica de la vida actual en manos de asesinos torpes, otros estaban corriendo ese riesgo....el de ponerse bajo el foco que sujeta Bernhard, y algunas veces no es que los suelte sino que los arroja con fuerza...enchufados a algo de gran potencia. Y los cuentos -cortitos- nos hablan de todo y todos: de vacas, de trenes, de cerveceros, de queseros, de jueces, de abogados, de filósofos, de médicos, de leñadores, de vaqueras, de ahogados... Todos culpables o víctimas de la afilada ironía, del sincero buen mal humor, de la bárbara mirada malévola del autor que nos los devuelve o muestra  en forma de esquelas luctuosas con adornos florales, o contundentes noticias de periódico -cortitas- que hablan-sin piedad- de la maldad y torpeza humana.


Me hace sentir joven, también, porque me ha devuelto una de esas palabras que no has usado en mucho tiempo, no por nada especial, sino porque se nos caen sustantivos por el camino, y es la palabra “sorna”. No es nada singular, no es rara, pero es muy adecuada para este libro. Me brotó en la boca en cuanto leí el primer cuento-cortito-. Si no hubiera muerto joven, Bernhard, diría que era un tipo que miraba el mundo desde sus muchos años y soltaba bofetadas a diestro y siniestro, para que aprendas como era el mundo, como un obispo en aquel sacramento, la “Confirmación” -¿aún existe?-para que se acordaran no solo de él, sino para que recordaran que el mundo va de eso: de gente absurda, en situaciones absurdas, con muertes absurdas y vidas absurdas.


Me hace sentir joven porque el primer libro de Bernhard que leí fue hace muchos años y este me ha recordado sus figura potente detrás de las palabras, pero, eso sí, no su estilo en las novelas, que para nada es este. Y digo esto porque un día leí, no sé dónde, que este era un libro para “aprendices de lectura de Bernhard”, y lo cierto es que no, porque este libro comparte, al menos con los libros que he leído de él, temas recurrentes -el frio, la soledad, la muerte, lo malvado..- comparte esa visión irónica y pesimista de el mundo, pero no comparte el rasgo más evidente de sus novelas: su estilo. Lo que hace diferente, -y no fácil.- para mí, de Bernhard, es su estilo al escribir que no es el de estos cuentos -cortante, ágil, sucinto, casi de antiguo telegrama- quien se introduzca en su literatura que no tome este libro como ejemplo de futuras lecturas suyas....Por avisar...


Me hace sentir viejo que haya acabado este libro -por segunda vez- y entiendo que no lo volveré a leer -hay tantos-, pero siempre queda, cuando acabas un libro que te ha gustado, ese regusto amargo de abandonar ese universo para siempre, de no volver a pisar aquellas letras.



wineruda

martes, septiembre 20, 2016

TYNSET de WOLFGANG HILDESHEIMER






















TYNSET de WOLFGANG HILDESHEIMER
tynset 1965
ED. El olivo azul 207 Pág.
Trad. María Cuenca



Un libro, una cerca, un cerco, un círculo cerrado, una esfera en la nada, una mirada hacia adentro. Libros, pared, una voz que rebota en ellos y se convierte en una conversación contigo mismo; eco de palabras sin futuro, verbos que flotan como pompas de jabón y mueren tras explotar fuera de lo oídos de nadie. Insomnio, sueño perdido, sueños perdidos, ojeras, párpados abiertos para ver un solo mundo. Espejos; espejos que muestran a otra persona que no eres tú, el que mira; hay alguien detrás de ti mirando, miles de fantasmas detrás de tu imagen: calaveras, ojos, pelo inquieto, iris sonde se ven los espectros del odio reflejados.

Silencio, inquietudes que vuelven, libros que son una maravillosa obsesión.

Mi obsesión siempre fue interpretar los libros: los trituro y los abrazo, los corrijo y los certifico, los odio y los amo, los mastico y los escupo, los reescribo y los protejo. Sin embargo, “Tynset”, ha sido un reto, o más que un reto. Así, he jugado al escondite con él o he intentado recomponer un puzzle donde todas las piezas parecían tener la misma forma. “Tynset” habla de algo, en apariencia claro y evidente: vemos una fachada amplia y aparente; pero detrás esconde otra portada más tenebrosa, esconde otras direcciones adonde dirigirte; pero no hay mapa, no hay un libro de claves, ni , siquiera, una señal plantada en medio del camino que nos indique si esa es, o era, la ruta acertada. Debemos creer -y seguir- a los que han estudiado el libro, y descubrir en los pliegues y resquicios de las frases, incluso en el papel, el reflejo de un trauma, de una pena, del desgarro de Hildesheimer provocado por su condición de judío escapado de la Alemania nazi, y de interprete en el juicio, a los mandatarios del Reich, en Nuremberg. Lo oído allí, es de suponer, es de creer, deja grabada una señal -cruel e inmemorial-, evidente, en la mente, en los ojos, en las manos, en la pluma estilográfica, en las palabras -y en las imágenes- de un escritor.

Por lo tanto cuando leo las páginas de este libro, estoy atento a lo que me dice y, también, a lo que me puede decir.

Me habla -me dice- sobre un hombre, sin cara, sin nombre -de forma que no es nadie, pero, a la vez somos todos-, que vive en cualquier ciudad sin nombre de Alemania -en una y en todas-. Esta noche en la que lo vemos por única y primera vez, no duerme - es posible que le pase siempre-y habla para si mismo unicamente -pero, así lo oímos-. Habla -empieza y acaba sus relatos, o empieza y sus historias se terminan bruscamente- de lugares, de huidas, de enfermos, de fiestas arruinadas, de biblias arrojadas, de historias ligadas a pasados crueles -a muertes y venganzas-; habla sobre gallos cantando en la oscuridad de la noche -extendiendo su canto, escandaloso y fuera de tiempo por toda la noche y por todo el mundo-; habla de Tynset -ciudad noruega- donde quiere ir quedarse allí, entre personas que no conoce, y personas que pueden serlo todo -hasta figuras y figurantes de Hamlet-; y habla de fantasmas que pueblan su casa; habla de su sirvienta -borracha y beata a la vez, culpable e inconfesa a la vez-; nos enseña el modo de descubrir que los alemanes de la posguerra tenían miedo al teléfono – a lo que le decían por él-; habla de camas, grandes camas, viejas camas, -tentaciones del insomne- que habitan en su casa y que seguramente fueron las mismas donde mataron a gente o murieron de enfermedad o de viejos o de vergüenza, o de ….

Me paro y recuerdo esas páginas sobre esa cama; recuerdos sobre un prostituta, y un casi santo y unos molineros ricos, y un soldado moribundo y unos ladrones... Rememoro con gusto -mucho- esa original -y asombrosa- parte del libro. En ella, Hildesheimer, hace un juego músico-literario y compone una “Fuga musical” con palabras, con imágenes, con el juego de ida y vuelta, de tomar y retomar, historias y palabras; volviendo a recoger los temas, para volverlos a soltar y volverlos a atraparlos, y componer una de los pedacitos de literatura más hermosos que he leído en los últimos años -hermosa obsesión-.


Todos los círculos concentricos, aquellos cercos y cercas de los que hablo al inicio; aquellas voces rebotadas, aquellos fantasmas tras los espejos, aquellas pompas, aquellas calaveras; son parte del lado oculto del libro. Del que adivinas, o inventas, o descubres, acaso en las paredes de la casa, en el ácido olor de la boca de la sirvienta católicamente borracha; inerte personaje que cruza por las páginas para mostrar un lado oculto de los alemanes. Los mismos que se sienten amenazados cuando alguien avisa, al azar por teléfono, que saben todo de ellos, que huyan...y lo hacen. Pesadas piedras-rojas- que esconden debajo de los grandes abrigos que estaban de moda en la Alemania de la posguerra, piedras llenas de cruces gamadas, de pasados que quisieran olvidar -o ¿solo la derrota-. Creo que los mensajes de Hildesheimer se encuentran debajo de muchas de esas piedras, pero también en el ácido rencor  que se encuentra -y ahora, no precisamente escondido- en las palabras, recuerdos, tonos, miradas aceradas, reproches certeros que aparecen en todo el texto. Texto que reprime una obsesión -ahora no bella- sobre lugares cerrados de donde se necesita huir, de donde escapar, cercados por las paredes y el pasado, cercados de personas  que no volvieron, de religiosos y religiones que van cumpliendo con lo que no debió esperarse de ellas. Tynset como lugar a huir, lejano lugar en el que refugiarse y sobrevivir lejos del insomnio que provoca la casa, y sus fantasmas y los fantasmas de los fantasmas y los...

Pienso en “Tynset” como una lección dada por un viejo profesor -de literatura, de arte, de ciencias, lo que os guste- con imágenes bellas, con palabras hermosas, con certera mirada, en una aula en la que se ven las cicatrices de antiguas guerras y huele, aún, a sangre reciente.

Wineruda

martes, septiembre 13, 2016

W O EL RECUERDO DE LA INFANCIA de GEORGES PEREC

















W O EL RECUERDO DE LA INFANCIA de GEORGES PEREC
w ou le sourvenir d'enfance 1975
Ed. Península 180 Pág
Trd. Alberto Clavería

  • Yo no tengo recuerdos de infancia -me dice Georges.
  • Y entonces, ¿ por qué escribir un libro sobre tu infancia? -le pregunto- y, además, ¿Por qué titularlo como lo has hecho? … El recuerdo de la infancia...
  • Porque recordar es rebuscar, es filtrar, es eliminar y aceptar las pequeñas o grandes imágenes que tienes en el cerebro. Y este libro me sirvió para limpiar de zarzas mi historia y encontrar los caminos que circulé, aunque a veces solo fueran estrechos pasadizos y...
  • Ya -insisto- pero no deja de ser un engaño al lector que le prometas tus memorias y en la primera página le digas, mas o menos, que no te acuerdas de nada o...
  • Ni miento ni engaño a nadie, -me responde Georges, acariciando de arriba a abajo su puntiaguda barba- porque también he dicho desde el principio que hasta los doce años apenas me quedan restos en la memoria de hechos que me sucedieron; y que por ello he intentado reconstruir mi pasado desde los lugares que sé que estuve, hablando con mi familia y con algunos de los pocos amigos que entonces hice y he podido encontrar.
  • ¿Crees que los has olvidado o los has querido olvidar? -le pregunto mientras veo que su gato entra en la habitación y salta sobre sus rodillas-. Pienso que tu infancia, por los años en los que discurrió, debe ser, para un niño judío como lo eras tú y por lo que sucedió a tu familia, un época de terror...la Segunda Guerra Mundial.
  • No sé si es, no me preocupa, un olvido obligado o uno necesario; para un niño como yo el escapar hacia la Francia libre, o cambiar de apellido o en refugiarme en un internado católico, era apenas más que un juego, que ahora veo peligroso, pero entonces solo era un juego al fin. La muerte de mi madre en Auschwitz no la conocí hasta acabar la guerra en Francia, y el alcance de todo aquello hasta mucho después -Georges se calla y mira al gato fijamente, parece buscar algo más allá de su figura-.

Creo que el pudor me hace callar un momento, pienso que si alguien puede querer olvidar algo son todos aquellos que perdieron a sus seres queridos, a sus amigos, o simplemente al vecino de al lado, o al que compraba el pan junto a él en la panadería del barrio. Sí, pero no lo hacen ni lo harán porque olvidar es injusto y cruel para con aquellos que dejaron sus vidas en las cunetas, en las cámaras de gas, en los tumbas colectivas con un balazo en la nuca... El hecho de ser judío, o gitano, o lo que sea que no fuera bien visto por los nazis suponía la muerte: por un apellido una bala, por una religión un gas, por una ideología una ametralladora, por una raza el exterminio...

Georges tiene los ojos cerrados y sigue acariciando al gato tras las orejas. Yo me pierdo en mis pensamiento no sé cuánto tiempo, hasta que miro los papeles que tengo en mi regazo, en ellos he escrito que el libro está compuesto por dos historias separadas: una sobre la vida de Perec y su familia, y la otra sobre la vida en una supuesta isla del Pacífico, W.

  • ¿Por qué escribir dos historias paralelas aparentemente tan diferentes? -Le pregunto de repente, y él parece salir de su ensimismamiento-.
  • Los libros tienen dos formas de mirarlos: por lo que cuentan y por cómo lo cuentan; de este modo se pueden encontrar dos caminos para explicar lo que quiero contar, por caminos paralelos llegar a un mismo fin. Necesitaba contar -sigue Georges-... Sí, contar mi historia, la que recuerdo...la mía y la de mi familia; pero también hablar de todos aquellos que no conocí, de todos aquello que se movían junto a mi: lejos y cerca. Tan lejos y tan cerca como la muerte y la vida.
  • Pero son dos histor...-comienzo a decir-.
  • Por otro lado -continúa, sin parar- escribir dos historias me permite hablar de la búsqueda de mis recuerdos, confirmados algunos, alterados otros; hablar de una realidad cierta para mí. Sí, una realidad que puede visitarse, tocarse tiempo después -Y al decir esto me mira con melancolía-. De este modo puedo confrontarlo con la metáfora de esa isla que aunque no podamos tocarla , ni pisarla, sí podemos olerla, porque apesta, y sentirla en los huesos.
  • ¿Pero -insisto- la historia de la isla de W, es una historia que comenzaste a escribir en tu juventud?
  • La escribí, y la sigo aún escribiendo, y la escribiré siempre, porque es la historia, como te dije, -Me mira un poco molesto por mi infantil insistencia- con la que cuento, acaso, lo que quise olvidar y, en cualquier caso, recuperar y reconstruir lo que comencé, comenzamos, a conocer tras la caída de los nazis.
  • Comenzar...
  • Y -continúa, y me sigue mirando fijamente con esos ojos semicerrados, no sé si por las ojeras o por el cansancio- a veces se dice que contar tu pasado, tu historia, es hacerte una limpieza del cerebro, pero esa no era mi intención. Mi intención en el libro no es hablar de mí, es hablar sobre mi madre, sobre mis abuelos, sobre todos aquellos que se quedaron en el camino, por una razón tan cruel como bárbaramente estúpida.

La historia que cuenta Perec en esa narración paralela sobre la isla de W, es acerca de un lugar distópico, cruel, sucio, extraño, donde las personas rigen su vida por el deporte...

  • ¿Por qué el deporte? -le pregunto.
  • Porque para algunos matar fue, y es , un deporte. Y ya no sólo matar, sino el ser cruel, el ser poderoso, el dominar a los demás, el humillar, vencer, pisar, destrozar las vidas es un ejercicio que parece tonificar sus músculos, renacer su espíritu. La mente humana, el cuerpo humano, no deja de ser, muchas veces, el refugio de gente que no solo está podrida, sino que pudre el mundo que le rodea. -Georges se altera y se levanta a encender un cigarro-
  • Es cierto -le digo mientras él mira con fijeza la llama de la cerilla- .

Hace un aro con el primer humo del cigarro, que se eleva y desaparece en el techo oscuro.

  • ¿Pero escribirías el mismo último párrafo dentro de 10, 15 ó 20 años?.-le hago la última pregunta-
  • ¿Por qué me lo preguntas? -Me contesta algo alterado, cerrando los ojos hasta que solo son una línea negra-.
  • Por que encuadra tú libro en la época concreta que has terminado el libro, en una situación política y social exacta, lejana a lo que cuenta realmente el tema del libro...
  • Por supuesto que lo haría-exclama Georges algo enojado- podría escribir el mismo final, mañana y pasado y dentro de 41 años, con distintos nombres pero igual resultado, y no variaría nada lo que digo, porque permitimos que los mismos hechos se repitan una y otra vez, invariablemente; y los mismos  perros de presa continúan existiendo, pero con diferentes amos y cadenas. Siempre es la misma historia...


Oscurece en la ciudad, no sé cuál es el lugar en el que estoy, no se lo he preguntado, no creo que importe. No existe el tiempo ni apenas espacio en este lugar. En las paredes se ven unos cuadros de paisajes recortados con forma de puzzle, encima de la mesa luce un viejo bilboquet. Estoy donde debo estar en este y en cualquier momento; todo es eterno entre letras. Miro por la ventana y el cielo parece enrojecer y arder,-mañana hará buen tiempo-. Acaso  nadie de nosotros lo verá.

wineruda








martes, septiembre 06, 2016

SEGUNDO LIBRO DE CRÓNICAS de ANTÓNIO LOBO ANTUNES





















SEGUNDO LIBRO DE CRÓNICAS de ANTÓNIO LOBO ANTUNES
segundo livro de crónicas 2004
Ed. Debolsillo 267 Pág.
Traduc. Mario Merlino

Las crónicas que de las que aquí hablo son un punto intermedio entre la invención y el recuerdo, son un traspiés en el filo de la ficción y la realidad. Son historias, cortas, sobre pequeños mundos, universos enanos, que caben en el puño de una camisa, caben, incluso, en la carga de tinta de una vieja estilográfica, diría que parecen ocurrir en el tiempo que tardas en cruzar una carretera en un viejo coche con tres marchas. Son pequeños puentes entre el lector y el escritor, esbozos de improbablemente factibles tiempos comunes, o de posibles historias compartidas, o soñadas, o pensadas o...


Me recuerdo cavilando cosas -asustado, irritado, esperanzado, engañado-, como si fueran letanías de irritante necedad, que vuelven, no sé la razón, en las páginas de los libros que me gustan. Parecen que los libros se hacen grandes cuando hablan de lo pequeño.


No se cuánto tiempo hace que estoy aquí esperándote. ¿Quince minutos? ¿Media hora?¿Más? Pienso: si pasan diez coches rojos y ella no viene, me marcho- Pienso_ cuento de una a trescientos y si, al llegar a trescientos, no apareces, pido la cuenta. Pasan doce coches rojos y me quedo. He Llegado al cuatrocientos veintitrés y sigo esperando. Retrocedo del cuatrocientos veintitrés al cero con la certeza de que al ciento cincuenta te veo llegar...”

Me sorprendo a mí mismo pensando -y doliéndome- lo mismo hace muchísimos años, quizá todos, y me veo en alguna de las páginas del libro abstraído contemplando  una pequeña caja donde mueren los recuerdos, entre fotos viejas, caras asustadas y carnets olvidados. Me veo queriendo pensar lo que alguien años después pensó por mí.



Tuve siempre mucho miedo a los fotógrafos: nos ordenan que nos quedemos quietos y comienzan a observarnos, a rondarnos, a acercarse (...) y en esto un chasquido y nos devoran, la órbita mecánica nos traga de repente, pasamos, como los muertos, a un cuadrado de papel donde sin ser nosotros siendo nosotros, donde nos convertimos en una cara sin tiempo y en una sonrisa que no le pertenece a nadie
(yo no sonrío así)
y me esconde y me incomoda como un bigote postizo, imposible ser natural si dejé de existir congelado en ese gesto, en esa expresión, en esta actitud que nunca fueron mías, ninguna persona es así, ningún ser viviente es así, estas facciones tan serias sobre mis facciones fingiéndose alegres, ese hombre mayor que yo...


Como la combinación del sonido de las teclas de un piano puede crear tristeza o alegría, como los sonidos de la noche pueden asustarte o animarte; las palabras escritas son poseedoras no ya del efecto de rememorar en nombre de otras personas, en nombre de escritores que usurpan y asaltan tus recuerdos mimetizándolos con los tuyos, en una sucesión de recuerdos asumidos por ti, como basurero que eres de memorias que vas barriendo y asumiendo como tuyos; sino que son poseedoras también, esas palabras escritas, del poder de cambiarte. Poderoso poder: cambiarte. Son como una endoscopia contraria, una lobotomía inversa, un perro rastreador de si mismo. Borbotones de ideas nacen de los libros que te desnudan, y que desnudas, jirón a jirón, para ir descubriendo que no eras tú el que pensabas, no eras, ni siquiera, el que pensabas que pensabas.

La vida es una pila de platos que se caen al suelo”

Y te descubres en los papeles, mirándote con una cara que no es tuya, un pelo que no es tuyo, un idioma que no es tuyo, y recitas palabra por palabra lo que lees y los descubres en tu memoria de años, un deja vu eterno que parece que no acaba ni en las puertas del cementerio de ideas que es donde comienza mi mente.

El problema de envejecer es que nos volvemos jóvenes

Sí, lo recuerdo, eran-éramos- bárbaramente jóvenes, siempre jóvenes, hasta les-nos- bajaban el ritmo de los latidos, bajaban las luces, subían los ánimos o crecían los silencios, pero entonces era cuando nacían, a pesar de todo, las historias de cuando eran  -eramos- más jóvenes y hacían esto y aquello, que, incluso ahora,  aún seríamos -sí, seríamos- capaz de hacer, con más dignidad incluso.  Entonces empezaban -y empiezan- las crónicas de una vida -las largas peroratas-, los recuerdos y los inventos desgranados en pocas palabras, entre surtidores de risas y enjabonadores de lágrimas.


Y entre todas las crónicas, punto medio, como dije, del cuento y de la realidad, aparecen las historias sobre pobres viejos amores, sobre parejas rutinarias, sobre ruinas compartidas, sobre ilusiones olvidadas; esas cosas que parecen ser clavos que afirman, que te sustentan, en la realidad de la vida, esa de la que no te hablan en la escuela, esa de la que no naces aprendido,-nadie nace para estar solo-. Pero determinadas historias se elevan por encima y te pintan oscuros momentos, imperdonables recuerdos, viejas cosas inolvidables, pérdidas eternas, recuerdos dolorosamente amados, insatisfechas memorias, yermos antiguamente labrados por la vigencia del amor....



Con los años la muerte se va haciendo familiar. No digo la idea de la muerte ni el miedo a la muerte, digo su realidad. Las personas que queremos y se han ido amputan cruelmente partes vivas nuestras, y su falta nos obliga a cojear por dentro. Parece que no sobrevivimos a los otros sino a nosotros mismos, y observamos nuestro pasado como algo ajeno: los episodios se disuelven poco a poco, los recuerdos se diluyen, lo que hemos sido no nos dice nada, lo que somos se estrecha. La amplitud del futuro de antaño se reduce a un presente exiguo. Si abrimos la puerta de la calle lo que hay es un muro. En nuestra sangre circulan más ausencias que glóbulos”


La imposibilidad de hablar sobre todas las crónicas que aparecen en los escritos de Lobo Antunes, me ha permitido elegir ciertos momentos, destellos que me alumbraron, me evocaron, momentos concretos de mi pasado, o de mi improbable futuro, o de mi esencia como ser que a veces piensa. Podrían haber sido otros, podrían ser otras hojas, otras frases, otras memorias, otras luces encendidas, pero estas se reflejaron en el espejo y en el iris de mi imagen me vi a mi mismo desdibujado y a la vez reproducido con mimo, con detalle. No afirmo, no lo haría nunca porque para eso no sirve la literatura, que haga el mismo efecto al próximo lector, sería extraño, pero sí encontrará el que se embarque en el viaje por estos recuerdos y por estas historias, que algo lo atrapa, le parecerá que lo han pillado desnudo enfrente de una multitud, o bebido a la puerta de la habitación de tus padres, entonces cuando eras joven.

Un pequeño momento, para unas pequeñas historias, acaso no son nada, pero como dije antes : acaso el secreto de la literatura se encuentra en parecer pequeño lo que en realidad es gigante.

wineruda

Hoy...

50 ESTADOS, 13 POETAS CONTEMPORÁNEOS de ESTADOS UNIDOS de EZEQUIEL ZAIDENWERG

  50 ESTADOS, 13 POETAS CONTEMPORÁNEOS de ESTADOS UNIDOS SELECCIÓN, TRADUCCIÓN Y PRÓLOGO DE EZEQUIEL ZAIDENWERG     Decían que decía...